Presentación de Breviario de furias, de Daniel Diez.
Para la presentación de Breviario de furias por Máximo Chehin
Daniel me pidió que dijera algunas palabras sobre lo que me había parecido el Breviario de Furias. Voy a decir entonces, antes que nada, que Breviario de Furias me gustó. Más difícil es decir por qué – resulta siempre más simple encontrar la razón por la que un libro no nos gusta. Pero voy a intentar, si me tienen paciencia, compartir con ustedes esos motivos, porque el libro de Daniel realmente lo vale.
Los cuentos de Breviario no son autobiográficos. No remiten a lo cotidiano, ni buscan reflejar la realidad de una sociedad o una época. Tampoco son meros paisajes para ambientar el desarrollo de una trama más o menos compleja. Si hay algo que tienen en común los cuentos de Breviario es que en cada uno de ellos se configura un mundo, con sus propias leyes y reglas. Son mundos enraizados en el nuestro aunque ajenos; mundos en los que lo desconocido, lo misterioso, lo raro parecen estar siempre a la vuelta de la esquina. Pero aquí no hay arbitrariedades, ni situaciones inverosímiles: el devenir de los personajes (un científico fascinado hasta la locura por unos animales que aparecen en el margen de un río, un detective que persigue a un asesino que se parece demasiado a su propia sombra) obedece a la lógica de un universo monstruoso pero autónomo. Los relatos de Breviario privilegian la imaginación, y conforman una literatura en la que la imaginación es el elemento central.
Quisiera detenerme en particular en un par de cuentos y tratar – ojalá – de explicarme a través de ellos con más elocuencia. Voy hablarles primero de Los perros Nocturnos. Aquí un hombre que vive, suponemos, aislado, se decide a enfrentar una noche a una jauría de perros cuya existencia ha ido conjeturando a través de la observación de evidencias sutiles: marcas en la arena, platos con agua cuyo contenido se derrama de manera inexplicable. Es un cuento breve – como casi todos en Breviario – y en apariencia simple, pero que sin embargo se modula en varios registros; están presentes la soledad y la alienación como elementos constitutivos de la trama; la presencia fantasmal y amenazante de los perros; el encuentro final del protagonista con la jauría, que será un encuentro con la naturaleza de su propia realidad. “Corren como si la noche fuera eterna y el aliento infinito: ese es el sueño que comparten los perros nocturnos”, piensa el protagonista en la última, admirable frase del cuento, como si cobrara súbitamente conciencia de que su existencia y la de los perros están inevitablemente ligadas.
Sorpresa, electricidad, vértigo (un cuento extraordinario, a mi criterio el mejor del libro) narra el encuentro de una mujer con un álbum de fotografías de amigos de su adolescencia. En su obsesivo repaso de las fotos va reconstruyendo la historia de sus últimos años de secundaria y, en particular, su memoria de Ricardo, una especie de Adonis de pueblo, que retorna ahora con la fuerza de un objeto de deseo querido y perdido para siempre – porque, nos enteramos en un momento, Ricardo murió en un accidente poco tiempo después de que esas fotos fueran sacadas. El mundo de la protagonista – de la que sabemos poco: “No voy a contar cómo las conseguí”, dice al principio, marcando de un golpe el territorio del relato – se detiene, o más bien comienza a girar sobre ese álbum al que ella vuelve ritualmente. Y, sin embargo, al mirar una y otra vez la secuencia descubre que quizás alguien (la persona menos pensada) haya compartido, en aquellos años, su amor por Ricardo, y que compartir ahora esas fotos sea la única manera de encontrar consuelo, de aliviarse.
En ambos casos – y en general a lo largo del libro – queda la impresión de haber experimentado algo muy vívido, de que lo que ocurre en esos mundos reverbera de algún modo en el nuestro. Algunas historias pueden rotularse como fantásticas, otras no; creo que la distinción es irrelevante. Lo común en los cuentos de Breviario es la sensación de extrañeza que dejan. Dice Borges en una archiconocida pero valiosa frase: “Que el lector sienta que está en un mundo muy extraño, que él mismo es muy extraño, que el hecho de vivir es rarísimo, que el hecho de que haya tres dimensiones es raro, que el fuego y el tiempo son rarísimos”. Por ese camino anda Daniel Diez; de ahí, el deleite que producen los cuentos de Breviario de Furias, a cuya lectura los invito.
Por Denise Pascuzzo
Como es sabido, los lectores no podemos dejar de establecer relaciones, ubicar a los textos en una situación de diálogo con otros textos. Pero lo cierto es que, a mi modo de ver, los buenos relatos –como los que se incluyen en este libro– son aquellos que generan esos diálogos, resonancias, ecos y guiños con la literatura que los rodea y con aquellas obras que los preceden.
Es así que, como lo menciona Pablo de Santis en el prólogo del libro al que no casualmente titula “Bestiario”, este Breviario de furias se inscribe en la gran tradición de la literatura fantástica argentina, aunque también en otros géneros. La magnífica pluralidad de tonos, personajes, temáticas y géneros lo vuelve realmente un texto plural y prolífico de sentido.
En primer lugar, me detendré en el término “furias”. En el diccionario de la Real Academia Española, la palabra furia se define como “ira exaltada”, “acceso de demencia” o, en otra entrada, “actividad y violenta agitación de las cosas inanimadas”. Al mismo tiempo, es interesante pensar qué carga de sentido presenta esa palabra, más allá de las definiciones ya citadas. Y claramente nos remite a una serie de cosas como la animalidad –claramente este libro parece asociar, por momentos, furia con animalidad–, pero también a un desenfreno, una desmesura, un más allá de los límites.
A partir de allí uno puede pensar en una larga tradición de nuestra literatura en la que claramente aparece la furia, si la pensamos como un modo de la violencia o la animalidad.
Pensaba, entonces, en los orígenes de la literatura argentina. Sabemos que Ricardo Piglia postuló que existen dos comienzos para nuestra literatura: “El matadero” de Esteban Echeverría y el Facundo de Sarmiento. Tanto en un texto como en otro, aparece claramente el elemento de la animalidad. Facundo alcanza a confundirse y mezclarse con la ferocidad del tigre de los llanos que lo acecha en el desierto, del mismo modo que, en “El matadero”, la animalidad es indicio de alegría y fiesta popular entre los matarifes, pero que se sitúa a sólo un paso de convertirse en violencia y muerte.
En Breviario de furias, los cuentos parecen asociarse con una pregunta por la animalidad, pero en permanente diálogo con lo humano. Incluso, existe en los textos una indagación sobre los límites entre esas dos categorías y, quizás, una duda sobre una posible delimitación, una dificultad para discernir dónde empieza una y dónde termina la otra.
Al mismo tiempo (y creo que ese aspecto es el que por momentos vuelve inquietantes a los textos), en algunos pasajes la furia y la animalidad presentan cierta lógica que lejos está de lo anárquico, de la desmesura posiblemente vinculada con lo animal. Por el contrario, se articula y genera una coordinación, como en el relato “Los perros nocturnos”.
Corren todos juntos como si fueran uno solo, uno al lado del otro y atrás de aquel y delante de ése, coordinados y atentos a las subidas y a las bajadas del terreno, a los cambios de dirección que se deciden en la primera fila, al agua fresca que ofrece un reparo para el cuerpo exigido.
Por otra parte, la mirada del narrador, atento a las marcas, a las huellas de los perros, quizás represente esa inquietud, esa pregunta, ese misterio que representa lo animal, y que deja marcas.
En la misma línea de análisis, podemos pensar que algunos relatos como “La entrega” se dejan leer (sin ánimos de cerrar el sentido del texto, sino, por el contrario, abriéndolo), anclados en ese vaivén entre lo humano y la animalidad, e inclusive como una posible alegoría política: la complicidad de los acompañantes y la entrega de su compañera a la furia amenazante de la Ibina por parte del narrador. Allí es donde se vuelve difícil discernir dónde se encuentra la verdadera amenaza: si en la animalidad sobrenatural o en la complicidad humana y la entrega. Quizás lo más humano en el relato sea la pregunta, la duda del narrador sobre su propia condición de entregador. Lo interesante del relato es que nunca caerá en una simple inversión de las categorías. No concluye, pregunta; el planteo se vuelve un problema que se queda en la duda.
Para finalizar, haré un breve comentario sobre dos textos. En el relato “Sorpresa, electricidad, vértigo” –magnífico relato que cierra este conjunto de relatos– asistimos a un interesantísimo cruce entre fotografía y literatura. A la repetición, se sucede la diferencia, cada vez, al mirar reiteradamente una serie de fotos. El objeto foto se va construyendo a partir de la mirada que observa, a la vez que va transformando al propio sujeto que mira. Las fotos “dicen”, cada vez, otra cosa. Interesantísimo planteo aplicable a múltiples esferas del arte, en este relato complejo, rico, que revisa las posibilidades de la fotografía en relación con la temporalidad, pero indudablemente también en cruce con la literatura y sus efectos en el sujeto, que construye a la vez que mira el objeto foto/texto.
Y finalmente, quisiera destacar la riqueza del relato “La contraseña”. Así es que ensayando una posible definición de la palabra “contraseña”, podríamos pensarlo como aquel signo que logra dar curso a un sentido; es la marca que permite el avance hacia algo que se encontraba preestablecido y espera el indicio para desarrollarse. Este texto parece reflexionar, entre otras cosas, sobre lo predeterminado y lo que obedece a un orden causal, en contraposición al azar, que también está en juego en el relato. El personaje-narrador observa una moneda entre tantas de un museo; se detiene en ella. Otro sujeto observa lo sucedido y lo toma como la señal para hacerle entrega de un documento. El papel está en blanco. ¿Qué significa esa hoja en blanco? Y me pregunto: ¿acaso podamos pensar que todas las posibilidades de lectura se encuentran como potenciales y sólo resta asignar allí un sentido posible? Qué interesante figura representa la de una misiva que tiene supuestamente una causalidad proveniente de una señal esperada, y no es más que una hoja en blanco. Tal vez esa hoja en blanco sea una de las formas posibles de la literatura.