jueves, 24 de noviembre de 2011

Presentación " Breviario de furias" 17/11


Presentación de Breviario de furias, de Daniel Diez.


Para la presentación de Breviario de furias por Máximo Chehin

Daniel me pidió que dijera algunas palabras sobre lo que me había parecido el Breviario de Furias. Voy a decir entonces, antes que nada, que Breviario de Furias me gustó.  Más difícil es decir por qué – resulta siempre más simple encontrar la razón por la que un libro no nos gusta. Pero  voy a intentar, si me tienen paciencia, compartir con ustedes esos motivos, porque el libro de Daniel realmente lo vale.
Los cuentos de Breviario no son autobiográficos. No remiten a lo cotidiano, ni buscan reflejar la realidad de una sociedad o una época. Tampoco son meros paisajes para ambientar el desarrollo de una trama más o menos compleja. Si hay algo que tienen en común los cuentos de Breviario es  que en cada uno de ellos se configura un mundo,  con sus propias leyes y reglas. Son mundos enraizados en el nuestro aunque ajenos; mundos en los que lo desconocido, lo misterioso, lo raro parecen estar siempre a la vuelta de la esquina. Pero aquí no hay arbitrariedades, ni situaciones inverosímiles: el devenir de los personajes (un científico fascinado hasta la locura por unos animales que aparecen en el margen de un río, un detective que persigue a un asesino que se parece demasiado a su propia sombra) obedece a la lógica de un universo monstruoso pero autónomo.  Los relatos de Breviario privilegian la imaginación, y conforman una literatura en la que la imaginación es el elemento central.
Quisiera  detenerme en particular en un par de cuentos y tratar – ojalá – de explicarme a través de ellos con más elocuencia. Voy hablarles primero de Los perros Nocturnos. Aquí un hombre que vive, suponemos, aislado, se decide a enfrentar una noche a una jauría de perros cuya existencia ha ido conjeturando a través de la observación de evidencias sutiles: marcas en la arena, platos con agua cuyo contenido se derrama de manera inexplicable. Es un cuento breve – como casi todos en Breviario –  y en apariencia simple, pero que sin embargo se modula en varios registros; están presentes la soledad y la alienación como elementos constitutivos de la trama; la presencia fantasmal y amenazante de los perros; el encuentro final del protagonista con la jauría, que será un encuentro con la naturaleza de su propia realidad. “Corren como si la noche fuera eterna y el aliento infinito: ese es el sueño que comparten los perros nocturnos”, piensa el protagonista en la última, admirable frase del cuento, como si cobrara súbitamente conciencia  de que su existencia y la de los perros están inevitablemente ligadas.
Sorpresa, electricidad, vértigo  (un cuento extraordinario, a mi criterio el mejor del libro) narra el encuentro de una mujer con un álbum de fotografías de amigos de su adolescencia.  En su obsesivo repaso de las fotos va reconstruyendo la historia de sus últimos años de secundaria y, en particular, su memoria de Ricardo, una especie de Adonis de pueblo, que retorna ahora con la fuerza de un objeto de deseo querido y perdido  para siempre – porque, nos enteramos en un momento, Ricardo murió en un accidente poco tiempo después de que esas fotos fueran sacadas. El mundo de la protagonista – de la que sabemos poco: “No voy a contar cómo las conseguí”, dice al principio, marcando de un golpe el territorio del relato –  se detiene, o más bien comienza a girar sobre ese álbum al que ella vuelve ritualmente. Y, sin embargo, al mirar una y otra vez la secuencia descubre que quizás alguien (la persona menos pensada) haya compartido, en aquellos años, su amor por Ricardo, y que compartir ahora esas fotos sea la única manera de encontrar consuelo, de aliviarse.

En ambos casos – y en general a lo largo del libro – queda la impresión de haber experimentado algo muy vívido, de que lo que ocurre en esos mundos reverbera de algún modo en el nuestro. Algunas historias pueden rotularse como fantásticas, otras no; creo que la distinción es irrelevante. Lo común en los cuentos de Breviario es la sensación de extrañeza que dejan. Dice Borges en una archiconocida pero valiosa frase: “Que el lector sienta que está en un mundo muy extraño, que él mismo es muy extraño, que el hecho de vivir es rarísimo, que el hecho de que haya tres dimensiones es raro, que el fuego y el tiempo son rarísimos”. Por ese camino anda Daniel Diez; de ahí, el deleite que producen los cuentos de Breviario de Furias,  a cuya lectura los invito.



 Por Denise Pascuzzo

Como es sabido, los lectores no podemos dejar de establecer relaciones, ubicar a los textos en una situación de diálogo con otros textos. Pero lo cierto es que, a mi modo de ver, los buenos relatos –como los que se incluyen en este libro– son aquellos que generan esos diálogos, resonancias, ecos y guiños con la literatura que los rodea y con  aquellas obras que los preceden.
Es así que, como lo menciona Pablo de Santis en el prólogo del libro al que no casualmente titula “Bestiario”, este Breviario de furias se inscribe en la gran tradición de la literatura fantástica argentina, aunque también en otros géneros. La magnífica pluralidad de tonos, personajes, temáticas y géneros lo vuelve realmente un texto plural y prolífico de sentido.
En primer lugar, me detendré en el término “furias”. En el diccionario de la Real Academia Española, la palabra furia se define como “ira exaltada”, “acceso de demencia” o, en otra entrada, “actividad y violenta agitación de las cosas inanimadas”. Al mismo tiempo, es interesante pensar qué carga de sentido presenta esa palabra, más allá de las definiciones ya citadas. Y claramente nos remite a una serie de cosas como la animalidad –claramente este libro parece asociar, por momentos, furia con animalidad–, pero también a un desenfreno, una desmesura, un más allá de los límites.
A partir de allí uno puede pensar en una larga tradición de nuestra literatura en la que claramente aparece la furia, si la pensamos como un modo de la violencia o la animalidad.
Pensaba, entonces, en los orígenes de la literatura argentina. Sabemos que Ricardo Piglia postuló que existen dos comienzos para nuestra literatura: “El matadero” de Esteban Echeverría y el Facundo de Sarmiento.  Tanto en un texto como en otro, aparece claramente el elemento de la animalidad. Facundo alcanza a confundirse y mezclarse con la ferocidad del tigre de los llanos que lo acecha en el desierto, del mismo modo que, en “El matadero”, la animalidad es indicio de alegría y fiesta popular entre los matarifes, pero que se sitúa a sólo un paso de convertirse en violencia y muerte. 
            En Breviario de furias, los cuentos parecen asociarse con una pregunta por la animalidad, pero en permanente diálogo con lo humano. Incluso, existe en los textos una indagación sobre los límites entre esas dos categorías y, quizás, una duda sobre una posible delimitación, una dificultad para discernir dónde empieza una y dónde termina la otra. 
            Al mismo tiempo (y creo que ese aspecto es el que por momentos vuelve inquietantes a los textos), en algunos pasajes la furia y la animalidad presentan cierta lógica que lejos está de lo anárquico, de la desmesura posiblemente vinculada con lo animal.  Por el contrario, se articula y genera una coordinación, como en el relato “Los perros nocturnos”.

Corren todos juntos como si fueran uno solo, uno al lado del otro y atrás de aquel y delante de ése, coordinados y atentos a las subidas y a las bajadas del terreno, a los cambios de dirección que se deciden en la primera fila, al agua fresca que ofrece un reparo para el cuerpo exigido.

Por otra parte, la mirada del narrador, atento a las marcas, a las huellas de los perros, quizás represente esa inquietud, esa pregunta, ese misterio que representa lo animal, y que deja marcas.
            En la misma línea de análisis, podemos pensar que algunos relatos como “La entrega” se dejan leer (sin ánimos de cerrar el sentido del texto, sino, por el contrario, abriéndolo), anclados en ese vaivén entre lo humano y la animalidad, e inclusive como una posible alegoría política: la complicidad de los acompañantes y la entrega de su compañera a la furia amenazante de la Ibina por parte del narrador. Allí es donde se vuelve difícil discernir dónde se encuentra la verdadera amenaza: si en la animalidad sobrenatural o en la complicidad humana y la entrega. Quizás lo más humano en el relato sea la pregunta, la duda del narrador sobre su propia condición de entregador. Lo interesante del relato es que nunca caerá en una simple inversión de las categorías. No concluye, pregunta; el planteo se vuelve un problema que se queda en la duda.
            Para finalizar, haré un breve comentario sobre dos textos. En el relato “Sorpresa, electricidad, vértigo” –magnífico relato que cierra este conjunto de relatos– asistimos a un interesantísimo cruce entre fotografía y literatura. A la repetición, se sucede la diferencia, cada vez, al mirar reiteradamente una serie de fotos. El objeto foto se va construyendo a partir de la mirada que observa, a la vez que va transformando al propio sujeto que mira. Las fotos “dicen”, cada vez, otra cosa. Interesantísimo planteo aplicable a múltiples esferas del arte, en este relato complejo, rico, que revisa las posibilidades de la fotografía en relación con la temporalidad, pero indudablemente también en cruce con la literatura y sus efectos en el sujeto, que construye a la vez que mira el objeto foto/texto.
Y finalmente, quisiera destacar la riqueza del relato “La contraseña”. Así es que ensayando una posible definición de la palabra “contraseña”, podríamos pensarlo como aquel signo que logra dar curso a un sentido; es la marca que permite el avance hacia algo que se encontraba preestablecido y espera el indicio para desarrollarse. Este texto parece reflexionar, entre otras cosas, sobre lo predeterminado y lo que obedece a un orden causal, en contraposición al azar, que también está en juego en el relato. El personaje-narrador observa una moneda entre tantas de un museo; se detiene en ella. Otro sujeto observa lo sucedido y lo toma como la señal para hacerle entrega de un documento. El papel está en blanco. ¿Qué significa esa hoja en blanco? Y me pregunto: ¿acaso podamos pensar que todas las posibilidades de lectura se encuentran como potenciales y sólo resta asignar allí un sentido posible? Qué interesante figura representa la de una misiva que tiene supuestamente una   causalidad proveniente de una señal esperada, y no es más que una hoja en blanco. Tal vez esa hoja en blanco sea una de las formas posibles de la literatura.   
           


 

domingo, 30 de octubre de 2011

NOVEDAD: Diccionario de locuciones y modismos franceses

 
 
"Diccionario de locuciones y modismos franceses" (desde el SIGLO XVI hasta el XXI)
Víctor Goldstein 
 
Esta obra recopila más de 10.000 locuciones de la lengua francesa: clásicas o modernísimas, sofisticadas o vulgares, coloquiales o sabias, o sencillamente divertidas. Cada expresión intenta encontrar aquí su media naranja idiomática en el español que se usa tanto en España como en otros países del habla hispana.
Este libro cuenta, además, con un índice de palabras clave y un apéndice de acepciones inusuales de palabras usuales, convirtiéndose de esta manera en una herramienta imprescindible para cualquier traductor literario, por la gran variedad y cantidad de expresiones recogidas y sus equivalencias, y en una obra de consulta amena para el filólogo, el estudiante, o para quien, simplemente, se siente atraído por la magia de las palabras.

lunes, 24 de octubre de 2011

NOVEDAD: Los Chongos de Roa Bastos


Desde Ciudad del Este hasta Asunción, desde Pedro Juan Caballero hasta África y más allá, los relatos reunidos en Los Chongos de Roa Bastos enfrentaron la desestructuración social, la migración del mundo rural y las mutaciones alucinadas del Paraguay de nuestros días. Sus personajes bailan al ritmo cumbiantero y cachaquero de los barrios populares, de sus narradores oímos las voces laterales del mundo capitalino y las historias de viejas urbanidades en ciudades cada vez menos rústicas.
La literatura paraguaya contemporánea late al calor de los nuevos tiempos tórridos que vive el país. Un Paraguay que celebró en el 2011 su Bicentenario, en 1811 declaró su doble prescindencia de monarcas españoles y de comerciantes rioplatenses. Hoy la tierra sin mal que añoraban los jesuitas, la yuy marane `y de los tupí guaraníes, tiene más hectáreas sembradas con soja transgénica y marihuana que naranjas, más mafiosos que dictadores.
Es un país rural que reclama la reforma agraria, y un país de ríos y represas que lucha por la soberanía energética.
Un país demográficamente joven y veinteañero que hace con sus lenguas los experimentos literarios más arriesgados, más temerarios y más fructíferos.
Los narradores convocados en Los Chongos de Roa Bastos (Domingo Aguilera, Montserrat Álvarez, Cristino Bogado, Damián Cabrera, Douglas Diegues, Nicolás Granada, Edgar Pou,  José Pérez Reyes y Javier Viveros) así lo demuestran.     

martes, 18 de octubre de 2011

NOVEDAD: Breviario de furias


Breviario de furias, Daniel Diez. 

…un excelente escritor, y un cuentista que sobresale en este país de cuentistas.” 
 Ana María Shua

Uno va buscando peligros y rarezas de estos relatos, pero finalmente llega sano y salvo al otro lado, con ese ligero estremecimiento de pavor que dejan los buenos cuentos. 
Inés Fernández Moreno

Por la diversidad de tonos y registros, por la imaginación vívida y un oficio depurado, por el soplo de vida de sus criaturas memorables, los cuentos de Breviario de furias revelan a un gran narrador, ya preparado para una carrera de fondo. 
Guillermo Martínez

Daniel Diez presenta situaciones (un hombre que sigue a una mujer y descubre que no es el único) y seres perturbadores (la terrible ibina, las gábulas, los perros nocturnos), difíciles de olvidar. Recrea la zoología fantástica que Borges había inaugurado hace medio siglo. Sus criaturas son insistentes como un mal sueño que, pese a todo, no deja de atraernos. 
Gerardo García- ADN, La Nación

sábado, 1 de octubre de 2011

Novedad: Escribir en español 2º edición

Esta edición de 2011, incluye una  sección final con  comentarios relativos a las últimas actualizaciones que, en materia ortográfica, han propuesto la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española en su Ortografía de  la lengua española (OLE), de 2010. Las observaciones complementan lo expuesto en los capítulos anteriores.

Propuesta comercial para los alumnos de la materia Corrección de estilo, FFyL U.B.A. 2° cuatrimestre 2011

jueves, 15 de septiembre de 2011

Novedad Planta Editora: Los artistas del bosque


Los artistas del bosque. Un teatro para llevar a casa.
FILBA (Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires) y Planta Editora invitan a la presentación de: Los artistas del bosque de Daniela Link y María Guerrieri en formato Kamishibai (teatro de papel)

Domingo 18/09 a las 14.30 y 15.15 en el MALBA
Avenida Figueroa Alcorta 3415.  

viernes, 9 de septiembre de 2011

NOVEDAD: CUERPOS PAGANOS

Cuerpos Paganos, Mario Cámara. 


   En este libro, Mario Cámara analiza un corpus de singular riqueza al poner en juego la plástica, la literatura y la música de un período brillante y conflictivo de la cultura brasileña.
   El cuerpo convocado aquí para el análisis funciona como agenciador de figuraciones culturales y políticas que permiten profundizar cuestiones determinantes sobre las relaciones entre modernidad, revolución y contracultura. De este modo, obras de Glauco Mattoso, Helio Oiticica, Lygia Clark, Jorge Mautner, Roberto Piva, Torquato Neto, Waly Salomão y Paulo Lemisnki se articulan en una temporalidad que permite vislumbrar una historia cultural tramada no sólo por estruenduosas rupturas, sino por delicados e imperceptibles contactos. De la mano de un cuerpo que también es un efecto de los objetos abordados y a través de un exhaustivo trabajo de archivo, el recorrido que propone Mario Cámara construye una temporalidad huidiza, no pautada por una progresión lineal, sino más bien por un mutuo alumbramiento que va del presente hacia el pasado para, desde allí, retornar de modo transformador. En ese vaivén, en el que circulan cuerpos gozosos y sufrientes, poderosos e impotentes, fragmentarios y vampíricos, se van pautando otras imágenes posibles frente al relato heroico y escatológico de la modernidad brasileña. 



Jim Thompson por Javier Ragau

Jim Thompson, escritor norteamericano
     Por  Javier E. Ragau



Vivía yo en el barrio gótico  de Barcelona y por aquel entonces sólo sabía hacer dos cosas: leer mucho y escribir de vez en cuando algún que otro cuento que surgiera de mi mente cuando me quedara en vela una noche de insomnio. Durante el día, iba al acecho de las novelas más extrañas y complicadas de conseguir y que no pudiera saber nadie de ellas. No me importaba estar fisgoneando estante por estante hasta toparme con la novela apropiada, siempre y cuando mi olfato de ávido lector diera en el clavo. Suele pasar cuando una persona que lee mucho y gusta de buena literatura acaba por tener una peculiar intuición hacia los libros más suculentos. Así, a lo largo de mi vida y con ese mismo empecinamiento, me encontré con los más diversos títulos: Trastorno de Thomas Bernhard,Un hombre acabado   Giovani Papini o Las Partículas Elementales de Michel  Houellebecq, y aunque ninguno de estos títulos tengan algo en común en sus tramas, fue así como me encontré con  1280 almas de Jim Thompson, pues tal era el nombre que llevaba esa novelita de género policial.
No creo que Jim Thompson fuera expresa y exclusivamente  un simple escritor de novelas policiales. Puede que lo fuera en la medida de que era su punto fuerte, además de ser las novelas que estaban más en boga durante su época y las que le mandaban escribir por encargo para ganarse la vida. Se sabe que al comienzo de sus días de escritor sus hermanas le suministraban recortes de periódicos de las esquelas policiales más llamativas, quizás para que le sirvieran de ayuda a sus tramas. Pues Jim Thompson era de esos escritores a los que no les importa escribir las historias que hicieran falta para contentar a un público impaciente de crímenes y mentes perturbadoras, con tal de llevar “el bacon al desayuno” como así definiría Andy Warhol al hecho de ganarse el sueldo para poder pagar el alquiler.  No le importaba escribir noveluchas con tal de ganarse el pan y ser aceptado. A veces pasa eso con los buenos artistas, sus obras no son capaces de resaltar lo suficiente en la época en la que son escritas y precisan del paso del tiempo para ser admiradas. Hoy, Una mujer endemoniada y 1280 almas están consideradas alta literatura, aunque por aquella época no las admirase nadie. ¿Fue Jim Thompson un autor adelantado a su tiempo? Lo fuera o no, lo que queda claro es que sus obras siguen fascinando y son, como muy pocas obras de arte llegan a convertirse, como devoción de culto. Cierto, Jim Thompson (así lo considero yo) es un escritor de culto, de esos tipejos encantadores que sólo pudieron caerle bien a la gente a través de sus personajes, de sus novelas. Con el tiempo, a medida que mi devoción por este autor iba in crecendo, hasta convertirme en un maníaco de su obra, fui dándome cuenta de una triste realidad: apenas sus libros se encontraban editados, es más, la mayoría de sus obras y las que más me interesaba leer se encontraban descatalogadas desde hacía décadas. Aún así, uno descubría que esto sucedía en lengua castellana, cuando en Francia su fama fue siempre reconocida y sus libros se reeditaban año tras año. No podía encontrar sus obras por ningún lado. Recorría librerías de toda la ciudad preguntando por este escritor que tanto veneraba, hasta la saciedad. En cierta ocasión, tuve la suerte de encontrar dos ejemplares suyos en una librería de la avenida Santa Fé, cuando con descaro le pregunté al dependiente si conocía a Jim Thompson. Tenía Un cuchillo en la mirada a ochenta pesos (20 euros, de importación), más luego me aseguró que tenía en su poder dos novelitas que no quería más y que me las vendería por 30 mangos cada una: Ciudad Violenta y Asesino Burlón. Al día siguiente ahí estaba yo al pie del cañón con el dinero en la mano listo para llevarme esas dos joyas que para mí eran todo un hallazgo. Era consciente que pocos como yo gozaban del privilegio de poseer semejantes perlas en bruto. Cuando leí Ciudad Violenta y conocí al matón psicótico Bicho, que era contratado por un mafioso petrolero de una ciudad llena de corrupción para hacer los trabajos más sucios, deguste cada capítulo de esa historia con el mayor deleite posible. Hacía tiempo que no me sucedía esto, creía que no encontraría al arquetipo del escritor norteamericano desde John Fante (el típico escritor de guiones de cine, alcohólico y solitario que vive de hostal en hostal y se queda mirando el atardecer por la ventana del hospicio) o algún otro que me falte por conocer. En la Biblioteca Nacional de Buenos Aires me quedé toda una tarde devorando de principio a fin Una mujer endemoniada. Me juré que no me detendría en mi empeño en engullir de un solo bocado el libro entero de cabo a rabo. Porque Jim Thompson va al grano, cuenta lo que quiere sin andarse con rodeos. Bicho, el protagonista de Ciudad Violenta es minuciosamente descrito en un capítulo hasta sacarle todo el jugo (como un héroe Dostoievkiano). Porque las mejores líneas de Thompson están allí donde un personaje tiene que ser desmenuzado con el escalpelo y la delicadeza de un cirujano. Mujer, niño, hombre, joven o anciano, para cada uno de ellos Thompson tiene un dardo venenoso para clavárselo justo en el centro de la diana.
“Todos los escritores son autobiográficos” decía Burroughs, y en el caso de Thompson nos fue contando su vida a través de sus personajes y vivencias. El Sheriff corrupto y desalmado de 1280 almas era la encarnación de su padre, como lo mismo podría haberlo sido el padre del granjero de Tierra sucia. Sus ficciones provienen de la realidad y, nunca utilizando un alter ego para protagonizar sus historias, Jim se esconde detrás de personajes con caracteres varoniles, machistas y a veces racistas, con carismas de “outsiders”  y renegados incurables. Son tan patéticos y miserables que resultan adorables. Todas sus novelas (al menos las que pude conseguir) contienen una galería de personajes que son repudiables a ojos de alguien decente. Si hay algo que queda claro en sus novelas es que Thompson consiguió dominar las líneas argumentales de sus capítulos al estilo más hollywoodiense. Muchos de sus libros fueron llevados al cine, como La Huida, protagonizada por Steve Mc Queen, o Los Timadores, etc…;
De todos modos, aunque Jim  Thompson fuera un autor prolífico, no todas sus novelas son de tan excelente calidad. Puede que no haya un término medio, o tiene novelas realmente malas y aburridas y hasta penosamente escritas, como Aquí y Ahora, o quizás, Un cuchillo en la mirada o las tiene que deslumbran por su genialidad: Una mujer endemoniadaNoche Salvaje o Elasesino dentro de mí que ganó los elogios del entonces joven director de cine Stanley Kubrick. 
Cierto, Jiim Thompson tuvo una vida de ficción con todo tipo de sobresaltos, yendo de diferentes empleos incesantemente durante años, con adicciones con la alcoholemia, problemas con su mujer y muchos más percances. Pero quizás no sea este el  campo que más me interese, sino más bien sus ficciones que es donde más disfruto de lo mejor de él, y lo que se le daba mejor. Pero en su época y, más luego, incluso después de muerto y en su propio país, Jim Thompson nunca fue un escritor aclamado. Aunque si bien él no era ningún ingenuo y en cierta ocasión le advirtió a su mujer que: “Todas estas novelas que he escrito debes guardarlas y conservarlas, porque en el futuro serán leídas y tendrán mucho valor”.
No se equivocó en absoluto.
                          

martes, 9 de agosto de 2011

Novedad: La muerte del Ego


 
 
     La palabra “Ego” viene del griego y quiere decir, con toda simpleza, Yo.
     Tal Yo es, en el hombre solamente, una sensación de estar vivo, una percepción de sí mismo inmediata, aunque sostenida en el tiempo sin necesidad de atención alguna.
     Es decir que automática y misteriosamente aparece y se da continuidad. Esa sensación de “Yo aquí, ahora mismo” no requiere de explicaciones, es incuestionable y otorga seguridad existencial, permanencia de estar, identidad, corporeidad y, por sobre toda otra cuestión, sentido ininterrumpido de vida.
     Sin Yo no hay hombre; la presencia misma de su Ego es la indiscutible y firme prueba de que está allí, sintiéndose un ente vivo.
     Perder el Yo es apagarse, morir. Es más, cuando el Ego no se reconoce a sí mismo por alguna circunstancia fortuita, o sea cuando deja de tener percepción de sí mismo tal como está habituado a hacerlo, se produce una perturbación, un desequilibrio psicológico que conmueve al ser, causándole profundas crisis de identidad que, de persistir, pueden conducir al desquiciamiento de su conducta.
     Hay un modo de darle muerte al Ego sin perder ni la cordura ni la vida. Hombres sabios de todos los tiempos descubrieron y trasmitieron ese secreto. En este libro se aborda ese conocimiento fundamental y se dan las claves de las fuentes donde se encuentra, aún intacta, su operatividad. 

La muerte del Ego, Ernesto Ocampo. 

domingo, 31 de julio de 2011

Novedad: Breves apuntes de autoayuda



EL BOCADILLO DE DELFOR

¿Qué pensarían de un tío viejo y solterón que se la pasa diciendo que los libros son pura mierda y que Picasso, Joyce y Miles Davies representan la enfermedad de nuestra civilización? Y qué haríamos si descubrimos que en el cajón de la cómoda nuestro tío impresentable guardaba poemas hermosos que había escrito después de cenar y lavar los platos. Bueno, ese tío existió y se llamó Philip Larkin, tal vez el mayor poeta inglés posterior a Auden, si es que estos podios le sirven a alguien. Larkin fue un filisteo conservador. Por lo cual tenía pocos amigos y pasó casi toda su vida trabajando como bibliotecario en la universidad de Hull. Solitario, describió su british way of live de esta manera: “Mi vida es tan simple como puedo. Trabajar todo el día. Cocinar, comer, lavar los platos, hablar por teléfono, beber, televisión por las noches. Casi nunca salgo. Supongo que todo el mundo procura ignorar el paso del tiempo: algunos hacen muchas cosas, están un año en California y en Japón el año siguiente, y después está lo que hago yo: hacer lo mismo exactamente todos los días y todos los años. Probablemente ninguna de las dos maneras sirva”. Como un gusano de seda de clase media, segregó unos pocos libros de poemas que hablan sobre la vida ordinaria sin ningún tipo de epifanía: una mujer que hojea su libro de fotos y mira su época de juventud, gente reunida en una iglesia o esperando la muerte en los pasillos de un hospital. Si uno no es un superhéroe, un movilero de CQC o una estrella del rock, puede comprender de qué habla la poesía de Philip Larkin: de la vida que llevamos entre el nacimiento y el ocaso. Por eso sorprendió que con la publicación de sus poemas completos estos se  volvieran un hit con casi treinta y cinco mil ejemplares vendidos a los dos meses de publicarse.  Su poesía, casi toda traducida en España y que se consigue a veces en nuestro país, fue lo que le dio renombre en el mundo. Pero también escribió sobre jazz y recopiló en un libro sus artículos de diatribas constantes contra el free jazz “esa estupidez” y contra la experimentación musical que llegó con Miles Davies, Charlie Parker y John Coltrane, entre otros. Larkin detestaba la vanguardia porque abría una grieta insalvable entre el artista y el público y que llevó, según sus palabras, a que se “hallan pintado retratos con ambos ojos en el mismo lado de la nariz o escrito novelas caóticas donde los personajes se sientan en cubos de basura”. Larkin sólo quería tener algo para decir y poder contarlo de manera bella y sencilla. Ya muy joven, a los veinte años, escribió Jill (1946), su primera novela ahora reeditada por Lumen en nuestro país. Este relato clásico que cuenta la iniciación de un joven en los claustros del Oxford de la Segunda Guerra Mundial, es una buena introducción al mundo de Philip Larkin, una especie de punk verdadero, ya que desde joven lo acosaba la idea de ningún futuro, encarnado en ese momento en las bombas alemanas y posteriormente en la brevedad de nuestras vidas.  


Breves apuntes de autoayuda, Fabián Casas.

lunes, 9 de mayo de 2011

Novedad: Brindis por un Ocaso



El silencio que sigue pesando sobre la obra de Arturo Cancela, Enrique Loncán y Enrique Méndez Calzada o su rápida invalidación crítica parecen vincularse, más que con una censura política –conjetura Rodríguez Pérsico–, con su práctica de una literatura fuertemente escéptica, “que aniquila mitos y esencias y no pone nada en el lugar vacío”. Y comprueba: “No hay sustituto posible para los significados pulverizados, provengan de la ciencia, de la política o de la vida social”.

jueves, 28 de abril de 2011

Milita Molina sobre Leónidas Lamborghini

   
                                                                                                                                         A Hugo Savino

 “Cuando digo que uno de mis libros de cabecera es Alicia en el país de las maravillas, se crea una especie de asombro: ¿cómo ese libro? Y ahí está el error: Carroll sabía lo que estaba haciendo. Esa reina loca cortando cabezas (…) muestra que el tipo miró esa pesadilla (…). Tengo miedo de desconcertar al otro, que quizá imagina que mi libro de cabecera debería ser la Divina comedia. Pero uno siempre nombra a todos aquellos que te ayudaron a salir del desbarranco.” (Reportaje S.F.)
"Alicia -para rechazar toda imitación, toda alusión literaria- no tuvo que cavar, como un animal, su madriguera. Sólo tuvo que precipitarse; no tuvo más que trastabillar y caer como una madeja de barrilete que se devana." William Gass.
Horror por horror la hoguera: Se cuela el infierno.
Leónidas es de esa raza de escritores corruptores de la lengua como Kerouac, de quien Henry Miller, lector generoso como era, dijo “La lengua americana no se repondrá fácilmente de lo que le hizo Kerouac.” Un tipo con fe Miller. Con fe en los escritores como Leónidas, endemoniados  por la disonancia, por “la matamorfosis”, por  lo que apenas la sintaxis ata, el caos,  la locura que es lo verdadero, alucinados por eso de que “el sonido es engañoso y viene del demonio- como escribe  Leónidas en Siguiendo al conejo- y el sentido, más bien: de Dios”
Leónidas dijo “cómo no voy a ser católico si soy un pecador”, lo dijo en las charlas sobre el tiempo que tuvo con Manuel Vincent. En esa misma charla, Vincent decía que imaginaba el cielo “como un escenario en que se ejecutaba infinitamente el bolero de Ravel mientras comes mazapán rodeado de ángeles sin trasero” Y Leónidas despuntó instinto puro: “Pero eso suena como un infierno”. Suena como un infierno. Le sonaba a Leónidas, no le parecía, le sonaba,   como a Joyce le sonaba el rumor de la pesadilla histórica y  le sonaba el infierno.
Siempre se le está colando el infierno a Leónidas, creía en el infierno: le dijo un día a mi amigo Esteban Bertola “Ese tipo está loco, no cree en el infierno”, el infierno de Dante y también Leónidas colando infierno ahí en el Dante como cuando dice que “a Dante se le cuela el infierno en el limbo por eso de darle eternidad al deseo que no se satisface”, como se cuela el gusano en la boca del gigantón en camilla, como se cuela la carroña en una dulce mañana de verano, cómo se cuela el esqueleto:  palpitando como si tuviera vida, impúdico, lúbrico. O, en idioma Leónidas: ese punto “en el que el Descolocado habla desde la descolocación y el Saboteador Arrepentido le contesta como un hombre que ya ha pasado por eso. Como si uno estuviera en el infierno y el otro en una especie de purgatorio”.
La fractura no se elige, irremediablemente, endiabladamente (parece que nace con uno) se lleva adentro”- escribía Leónidas-. Y si hay mucha “poesía de repostería” (y hay mucho sentimiento de repostería: ¡Sí: mucha poesía “subida”!)  ahí el poeta suplicado, culeado, meado, cuela ( es áspera la rima), cuela los abrojos, los matorrales, la aspereza en el jardín de los poetas. Como se cuela el conejo allá arriba, conejo  que pertenece al infierno de donde nunca hubiera debido salir, escribe Leónidas en su Alicia,  y Alicia lo sigue, cayendo como un barrilete ardiendo de curiosidad,  porque las niñas infernales deben pasar por el infierno para poder encontrarse con un escritor endemoniado como ocurre en Siguiendo al conejo// Following the Rabbit.  
“Alguien tenía que hacerse cargo de las disonancias y reventar el lenguaje de la gauchesca” dijo Leónidas, y eso es lo que él hizo con el lenguaje. Y los escritores que siguen el sonido son así de rabientos y endemoniados y herejes. Herejes como para escribir que dios es inteligente pero no tuvo imaginación para inventar un conejo  con chaleco rojo y con reloj (herejía magnífica de leónidas en Siguiendo al conejo)  y el dios de Leónidas, su Dios Riente, ya es una herejía claro: Leónidas se llama hereje muchas veces y arrastraba a Baudelaire, a Joyce, y lo ponía en idioma propio. Inventa en su Alicia un conejo que se llama Eclesiastés y que lleva un reloj marca De pronto.
Baudelaire en su ensayo sobre la caricatura y lo cómico inicia así: El sabio no ríe sino con temor.  Es el hombre producto de una civilización híper sofisticada-aclara- el que puede reírse de algo tan horrendo como una caricatura de Daumier. El hombre reconoce su monstruosidad y muerde con la risa, sigue Baudelaire. Pero el sabio, el dios encarnado, no ríe sino con temor. Leónidas Lamborghini, o el demonio de la distorsión,  tuerce al sabio que no ríe sino con temor y lo hace Dios Riente el hereje, le tuerce ese apenas sonreír. La risa, lo cómico. Me acuerdo que Stevenson cuando lee la obra de Poe dice espantado “El hombre que escribió estas cosas no es humano: puede reír pero no puede nunca más sonreír” y que Osvaldo Lamborghini escribe que “morir no es para tanto, es como sonreír pero ¿podremos sonreír?”  ¡ Qué tema éste de la risa, y la sonrisa y la muerte! Es en la risa del Dios Riente en lo único en que estaban de acuerdo el Padre y el Hijo y sus voces se unieron para decir “Dios es lo cómico”, escribe Leónidas en La  experiencia  de la vida, esa risa que tajea o que es un tajo: como la de Humpty dumpty que es una risa rara, porque Alicia imagina que si esa curva de la boca se prolongara Humpty se ahorcaría con el trazo de su risa y quedaría sin cabeza.
Horror a la perfección del sabio que no ríe sino con temor, Modelo perforado por la risa y al mismo tiempo la esperanza de que el Modelo nos susurre: “Sí, soy Perfecto, pero en tu reescritura sigo aprendiendo”. Giro y contragiro  hasta que sobrevenga el final, que siempre es abrupto o unexpectedly y mejor el olvido que aburrirse pensaba Leónidas y decía :
“ Joyce dice que el pecado es lo único que explica que llegues al corazón de Dios. Esa separación que implica el pecado con respecto a Dios, Joyce la ve como el hilo de unión. Y desde allí se ve la eternidad con mucho miedo. Yo quiero el olvido. (…) Si la eternidad es el olvido, bienvenida sea. (Y no) como en el prólogo de Goethe: un cielo en el que todo es tan perfecto que te morís de aburrimiento”.
Leónidas, era esa risa que Baudelaire llamaba “superior”, la del hombre que se ríe de su propia caída, la del que va carcajeando  a riesgo de no poder sonreír, de dejar de ser humano: iba a la carroña que da vida. “Uno lleva un hijo de puta adentro que quiere ir corriendo a anotar” decía Leonidas, y lo decía con una urgencia que arde ( ¡cómo aparece la palabra arder en la obra entera de leónidas es impresionante, mirad mirad nomás hacia Donsaar y es suficiente!), urgencia que busca enloquecerse y que sabe enloquecerse. Es la locura de lo que apenas se sostiene (“ débil, débil es la carne y por eso jugamos con el verso” repite mil veces leónidas y en el prólogo de Carroña le pide al lector “que no lo abandone en mitad de una palabra  o de una silaba o de la letra de la palabra que en ese mismísimo instante, pisa inseguro, titubeante” . Como en el poema de la escalera de Tsvietaieva , esa convicción de que se baja hacia lo desconocido , qué otra cosa  más que caer liviana como un barrilete sin saber si el escalón está: pero está, con esa fe. 
Burroughs recordando a  kerouac escribe: era un escritor , es decir: escribía: mucha gente que se dice escritor no lo es porque no está ahí, como está ahí un torero en el ruedo: expuesto al riesgo de ser corneado por el toro. Insiste y vuelve Burroughs por distintos caminos a esa idea despejada: que kerouac estaba siempre ahí como escritor : que no quería ser otra cosa. Y por ese estar ahí sin querer otra cosa más que escribir lo llama santo. Yo lo pongo ahí a Leónidas Lamborghini.
Una vez le dijo a Hugo Savino que la gente cree que le gusta la literatura pero en realidad les gusta otra cosa. Me quedó para siempre eso.  Lo traía de Yeats  pero las citas de Leónidas eran de Leónidas porque Leónidas amaba lo impropio (lo no propietario, que es la misma palabra tratar el lenguaje con propiedad que tener el credo de propietario o rotario, como decía Leonardo Favio) y de él se podría decir lo que dijo Joyce mientras escribía el Ulises “ Tengo la cabeza llena de piedritas y disparates y cerillas rotas y trocitos de vidrio recogidos casi por todas partes”. Es el sentido de la  oportunidad, que a diferencia del oportunismo es puro instinto: sin cálculo, sin plan: la farsa, sí la farsa, la comparsa de la que no estamos afuera, me dijo una vez. Y siempre descolocándose claro,  no es una búsqueda de la identidad sino “un desmenuzamiento del universo” que extravía y lleva a la demencia o al menos a esa soledad estraordinaria del que ha girado y torcido y “cometido tanta herejía que hasta el habla se le ha dislocado” como Agrio en Trento balbuceando animal, hombre, animal hombre, como el conejo de Carroll balbuceando trascendente-intrascendente- trascendente -intrascendente y  en su diario Carroll imagina al conejo viejo y balbuceante y hablando con voz destemplada y contrastando con una Alicia veloz y muy ágil. Ese encuentro loco de torpeza y de infancia de balbuceo, que huye de lo maduro y entero y completo ( no es entero que se entiende le explica Carroll a Alicia en la Alicia de leónidas) y yo prefiero el balbuceo decía leónidas o ese no haber evolucionado como dice  Joyce y si no ¿cómo podría haber cometido esa locura de escribir el Finnegans?  Lo de Leónidas es esa apuesta a lo desconocido, a esa locura del finnegans que está en su finnegans, en pasar tell me, tell me about  anna livia a “labiame tu labia” o sintetizar en “rabiento de ganas de saberlo”  y leónidas diciendo “me gustaría escribir una cancioncilla debe haber pensado joyce después de escribir el finnegans” . “Y ahí en lo desconocido puede haber un gran fracaso. Pero yo me quedo con este fracaso, antes que el acertar de gente que sabe a lo que está jugando. Que conoce las piezas y sabe lo que vendrá. Y se mueve dentro del tablero”. (Leónidas)
Mandarse entonces al abismo insalvable entre “dogmar y domar entre persuadir y perseguir entre enanchado y ensanchado”, Y horror por horror la hoguera o que le corten la cabeza o como Humpty Dumpty que dice “lo bueno de que no tenga sentido es que no tenemos que buscarlo” así como Leónidas viene metiendo la frase que está en su Alicia “ si no es loco no es verdad”  y que es de Borh, el físico. 
Y sí, es cuestión de palabras:
En la Causa justa de Osvaldo Lamborghini el pibe Barulo, víctima de las burlas más cueles , bromas con palabras, total, si son palabras, dice piantando un lagrimón: “así son cualquier palabra les da lo mismo”.
Bueno, a Leónidas una palabra lo desvelaba como la pena estraordinaria, lo desvelaba un silencio,   una disonancia mínima que apure o detenga el chirrido de los rulemanes de la camilla del gigantón que arde bajo el solo de donsaar. Y “lo único que hay es lo que no importa: el lenguaje”. (O.L.)
En un reportaje Leónidas lo dijo así: “ Esa Tierra Prometida que apenas si atisbo: la poesía convertida en un juego maravilloso mediante el cual el mundo sea recreado y se recree constantemente, sin el peso de la anécdota, expresando el lenguaje su propia realidad. El ritmo es vida(…) y lo que no entra dentro de ese ritmo, por más cierto o verdadero que sea, lo sacrificás (…) Para el poeta, el sonido es un sentimiento y en él está el sentido. Por eso digo que escribo con la oreja, como los músicos.(…) La gente que lea esto dirá que hay algo de locura en esto, pero es así... ¡qué le vamos a hacer!”
 Y sí, es una locura. Y Leónidas reafirmando:  “Jugador. No vamos a decir poeta, creador ni nada.
Vamos a decir jugador. La apuesta es a lo desconocido.”
Esto no es una conversación
Cuando Teresa me invitó a presentar siguiendo al conejo, seguí al conejo, literalmente, el conejo de la Alicia de Carroll para empezar a caer yo también What else  can I do?
Pero esta lectura fue de entrada una pesadilla, porque leía a Carroll siguiendo a leónidas y rebotando en Joyce y siguiendo a Leónidas. Y eso hacen los escritores como leónidas: nos inventan un paisaje desconocido. La lectura de la Alicia de Carroll pasada por Joyce y por leónidas es una pesadilla particular de libro endemoniado en que manda el sonido. La Alicia que leía siguiendo a Leónidas no era sólo un escándalo lógico o filosófico como lo fue por ejemplo para Borges o para Deleuze, sino un escándalo de la pesadilla del  lenguaje. Y en esa pesadilla Cronos va ahí en su linealidad inexorable como el tic tac del reloj pero de pronto: siempre será de pronto como una Alicia sigue al conejo. Arde, arde, es un de pronto, es un giro, una voltereta, un bailemos Gitona enloqueciendo a Dios.  Son los poetas que más tiempo arriman los poetas del instante, se llevan todo con ellos ahí al instante, se llevan la pesadilla histórica arrastrada en una palabra como descolocado o en una vocal de la carroña que quedó pegada al esqueleto
Un escritor hace eso, hace: no dice, hace eso de inventar un paisaje, y Leónidas me inventó otra Alicia aún antes de leer su Alicia y esa Alicia de Carroll ya era  la de Leónidas. Y yo la llamé Esto no es una conversación. No era una conversación sino una pesadilla a rulemanes, a demencia de que el sonido es engañoso y la pobre Alicia que era lo suficientemente confiada e imaginativa como para poder estar en el país de las maravillas y no ahogarse en sus lagrimas sino seguir cayendo y cayendo hacía esa locura que haría posible el encuentro de Carroll con Alicia en esta Alicia de leónidas. Ese encuentro de Siguiendo al conejo. Cima de la literatura esta Alicia de Leónidas, este encuentro.
Un encuentro loco claro y si no estuvieras loca no podrías estar acá escribe Carroll y Leónidas agarra y directamente la llama niña infernal, niña que pasó por la pesadilla que es la pesadilla de las palabras claro, la pesadilla de saber que las palabras pueden matar y son peligrosas “y son una espada de doble filo”.
Borges leyó y usó el escándalo lógico de las Alicias, claro. Pero ( siempre hay un pero, hay una perología lamborghineana) la Alicia de Leónidas arrastra la pesadilla de Joyce en la que el jabberwocky no está lejos del Finnegans.  Eso que no se puede traducir o se puede traducir a lo Humpty nomás.  Esa niña infernal de leónidas que ya pasó por el infierno como la Alicia del otro lado del espejo que en el juego de “hagamos de cuenta que” aterroriza a  su nurse con su! Do let's pretend that I'm a hungry hyaena, and you're a bone.'.  La Alicia  monstruo  de Carroll como la llaman el león y el unicornio o esa cosa  también la llaman porque no saben si es piedra animal o qué y Alicia que cuando “juega  a las palabras”  cree que se puede jugar a las palabras, en ese infierno donde nadie se da cuenta que juega a las palabras porque eso es lo natural ahí: se juega todo el tiempo a eso sin saber que ése es el juego. Leónidas me pasaba una Alicia donde nada es una conversación y las palabras pueden derrapar y seguirla y seguirla como humpty dunmpty declara que puede explicar todos los poemas del mundo y cada explicación es una locura mayor de las palabras. No hay explicación. “El que se explica, se sabe es culpable”, escribe Leónidas incómodo de que le hayan pedido el prólogo de Carroña porque no es dado al “estilo divulgativo”. 
“Los gatitos tienen la costumbre, muy inconveniente (dijo Alicia ) de ponerse siempre a ronronear les digas lo que les digas. --Si tan sólo ronronearan cuando dicen «sí» y maullaran cuando dicen «no», o cualquier otra regla por el estilo --había dicho-- lo que sea para poder conversar.”
Pero no hay reglas y la literatura no es ni explicación ni “estilo divulgativo” ni conversación. Cuando la Alicia de Carroll protesta y dice “Pero esto no es una conversación” “ O ¿ Cuando vamos a encontrar un tema?”,hace bien en protestar aunque le digan estúpida mil veces, porque ser victima de la pesadilla del lenguaje no es ni acomodarse en el tema ni conversar, pero si las niñas infernales pasan por el infierno lo entienden aunque sea para que no les corten la cabeza. Me pasó Leónidas esa Alicia que se acomoda cada tanto en el reposo de encontrar un tema y ahí nomás se lo desbaratan y entre  matar y nadar si Alicia no se despierta, por una palabra perdía la cabeza. O  Leónidas advirtiendo a su Alicia que si se dice perecer se puede zaz perecer:
Pero mientras se espera a merced de cronos está este encuentro, este instante.  Pasar por el infierno para hacer posible el encuentro entre un escritor y una niña infernal y poder decir si vos crees en mi yo creo en vos  La paradoja de hacer posible un encuentro  en la locura de la no conversación, de la torsión perpetua donde el tema va tras el sonido porque lo lleva el demonio que es el tic tac de los conejos que cuentan el tiempo y tienen los rojos ojos y usan chaleco
De pronto, intempestivo, de pronto. No hay una decisión de seguir al conejo, no es una cuestión de sigo al conejo o no sigo al conejo, es  “pura tentación y no orientación” ( no tiene una brújula tiene un reloj) y no se elige seguir al conejo es down, down down nomás que otra cosa podía hacer pensó Alicia mientras se quedaba dormida porque el conejo se sigue en ese tiempo de ocio que arrima mas tiempo todavía, que abre tiempo en el tiempo como la Alicia de Carroll  que no se levantaba a buscar las margaritas sino que ensoñada pensaba si valía la pena levantarse a recoger margaritas para hacer el collar,  trazo que dibuja esa morosidad que abre ya la disponibilidad del soñador como el cuento que tiene la forma de quien lo cuenta. Ese tiempo que abre tiempo en el tiempo me pasó Leónidas.
Leónidas cerraba las charlas sobre el tiempo diciendo: “En fin, no me veo en el paraíso, no estoy apto para esos menesteres. Para vencer al tiempo prefiero los instantes. Un amor intenso... Es como en la oda de Keats al ruiseñor: eternizar el instante. Si uno pudiera eternizar el instante”. Leónidas poeta del instante, de los tiempos reversibles y torcidos y girados y derrapados decía que Cronos es el dios del tiempo pero Eros es el dios del instante. Esto de Leónidas es perfecto. Y cuando leí siguiendo al conejo me volvía el Eros dios del instante y leónidas que no tenía edad y podía ir de niño a gigantón. Todo mientras  haya tiempo. 
El Eclesiastés es un libro del tiempo humano, es el libro sapiencial más humano y todo ahí trascurre bajo el sol, bajo el sol y “antes de que se rompa el cordón de plata y se destroce el tazón de oro”. En la escenografía de la Alicia de leónidas hay un boquete, ya no una madriguera, un boquete para seguir al conejo y ahí ya no hay tiempo y ahí ya no es bajo el sol bajo el sol y a ese enigma sin tiempo lo llamamos eternidad. Por el  hueco se van Alicia Y Carroll siguiendo al conejo. Y ya no es el infierno aunque se escuchan estruendos de bomba. Y mejor el olvido si la eternidad es aburrida.

Milita Molina.