sábado, 27 de noviembre de 2010

Reedición! Ocio seguido de Veteranos del pánico

Ocio fue la primera vez que escribí narrativa, en 1994, y me costó muchísimo, tardé como cuatro años y son 70 páginas, ¡soy de madera! Escribí una primera versión en un cuaderno, la pasé a la computadora y perdí la computadora, después la pasé a otro cuaderno. La cuarta versión la leyeron Daniel García Helder, Fogwill, Alejandro Caravario, y me dijeron lo que estaba bien o lo que estaba para atrás. La dejé en un cajón un año, mientras escribía los poemas de El salmón. Me había dado cuenta de que tenía una pulsión para narrar cosas que excedían el verso del poema, que tenía que ser una respiración más larga. Muchos me desalentaban y me decían que no escribiera narrativa, pero siempre hago lo que me resulta más difícil porque me estimula.”
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martes, 16 de noviembre de 2010

Presentación Tú... Recuerda el Yo Real

El juguete ocioso

"La edición alemana del libro me llamó la atención porque el título es Elogio de la pereza. No se llama Ocio. Y yo lo veo como algo productivo, como dice Heidegger: uno en el estado de aburrimiento siente por primera vez el ser. Así que yo lo entiendo de esa manera. Me parece que es como una sensación productiva: aunque siempre estamos dentro de las líneas del mercado, es salirse un poco y bajarse de esa alienación. Es un momento irrepetible en la vida de una persona: uno está en su casa, escuchando los discos que le gustan, masturbándose, no sabiendo qué hacer con su vida pero, a su vez, también con un montón de cosas que se pueden ver en el horizonte y que pueden llegar a pasar. Para mí, ese tipo de ocio es un momento super interesante."
Fabián Casas en una entrevista para Página 12


El juguete ocioso

Por Juan Pablo Bertazza para Radar


Casi al comienzo de Ocio –la nouvelle de Fabián Casas–, el protagonista Andrés Stella cuenta que, cuando fuma porro, su amigo Roli “empieza a hablar con el tono afectado de los actores en las películas argentinas”. En la adaptación al cine de Ocio, a cargo de Juan Villegas (Sábado y Los suicidas) y el periodista Alejandro Lingenti, esta afectación dice presente en algunos diálogos incoherentes y altisonantes, como el que tiene el protagonista junto a dos amigos, tomando cerveza, en una terraza desde la cual se ve el Parque de la Ciudad, y sobre todo en una guitarra fuerte y distorsionada –descuella la música de Ariel Minimal– que irrumpe permanentemente en el argumento, tal vez como expresión del propio ruido mental. Una afectación que no es falla sino propuesta estética.

“Se trata de una versión libre”, aseguraron los directores. Sin embargo, más que una versión libre, la de esta película parece una versión ociosa, es decir, no muy fiel al contenido, pero sí muy fiel al espíritu del libro. Como si los realizadores hubieran captado a la perfección la desidia de su protagonista para hacerla trascender al espíritu de la película, como si la misma lectura del libro hubiera seguido los patrones de la pereza, de la ociosidad: algunos personajes son ignorados, otros puestos en relevancia, lo mismo que sucede con ciertos escenarios y líneas argumentales. Hasta en los detalles parece abundar el desvío de una lectura un poco vaga: ahí donde en el libro se habla de Viaje al fin de la noche de Céline, en la película aparece El primer hombre de Camus, y la obsesión del protagonista por el lado B de Abbey Road cede en la película a la música de Pescado Rabioso. La película capta y reproduce a la perfección la atmósfera ociosa de Ocio: si bien la ficción sucede casi en su totalidad en pleno invierno, lo que transmiten tanto el libro como la película es una fuerte sensación de pegajoso calor, de siesta, fracaso, aire acondicionado y persianas que combaten el sol.

Pero, ¿de qué hablan cuando hablan de ocio tanto el libro como la película? Uno de los principales referentes de la generación poética del ‘90 –la publicación de su poesía completa hasta la fecha por parte de una editorial como Emecé constituyó una consagración a la que cuesta encontrarle antecedentes, inédita para un poeta con trayectoria, pero joven–, el ocio de Fabián Casas parece ser la contracara perfecta de lo que fue el confort en el menemismo, y a su vez una de las primeras intenciones en poner por escrito sus nefastas consecuencias: ahí donde había lugar para deme dos, consumismo, shopping y viajes a Disney y Europa, este libro publicado en el año 2000, poco antes de la hecatombe que demostraría que menemismo y delarruismo eran dos caras de la misma moneda, muestra el espejo siniestro de esa comodidad. Lo interesante y raro de la película es que, lejos de escaparle al bulto a un tema que estaba esbozado en el libro, le encuentra nuevas resonancias: la relación con el dinero. Además de marcarles insistentemente a familiares y amigos su falta de plata (algo que ya deberían saber), el conflicto monetario del protagonista y acaso de gran parte de esa generación que compró el discurso del confort para luego quedar seducida y abandonada en la pobreza integral de su clase media, es expuesto en una escena que brilla por su lucidez: cuando junta dinero y al fin sale de su casa para ir a la cancha, el protagonista se olvida el billete en medio de su cama. Es decir, los problemas con el dinero atañen no sólo a lo tangible sino también a lo simbólico, a tal punto que tenerlo no siempre significa poder utilizarlo. El ocio, en ese sentido, constituye no la licencia sino la imposibilidad de ser productivo y disfrutar para serlo aun más, se cuente o no con dinero.

Pero además de esa ociosa fidelidad, la película también sigue al libro en otro de los niveles que trascienden al argumento: así como Ocio constituye una obra de iniciación –no sólo la de Casas en la narrativa sino la del personaje que, al fin y al cabo, y para bien o para mal, se termina despabilando–, esta película implica y ofrece una especie de poética del autor, aun cuando él no aparece en pantalla, una muestra de hora y pico de su microcosmos: desde la casa de su padre que sirvió como una de las locaciones hasta los banderines de San Lorenzo, la música y la referencia constante a iconos del universo rock, pasando por las amistades que se saben y se adivinan con uno de los directores y con los diversos actores (Nahuel Viale, el escritor y editor Lucas Oliveira y Santiago Barrionuevo, sobre todo).

Cuando salió Ocio, el libro, fue elogiado y criticado casi por lo mismo: mientras los halagos apuntaban a su lenguaje llano y directo (la eficacia de su narrativa) y al realismo de lo que contaba, las críticas apuntaban a su llaneza idiomática y a la falta de originalidad del tema: el traumático paso hacia la adultez de jóvenes adolescentes que, de alguna manera, ya había retratado, entre tantos otros, Arlt en su mejor novela: El juguete rabioso, una obra que curiosamente también ponía en primer plano la relación de un grupo de jóvenes con respecto al dinero; toda la maquinaria que la ausencia de plata ponía en funcionamiento: lecturas nocturnas y urgentes, robos de todos los colores e inexplicables traiciones. Acaso no sea casual la rima entre Ocio y El juguete rabioso (libro que también contó con una adaptación cinematográfica dirigida por Leopoldo Torre Nilsson). Quizás haya, de hecho, una continuidad entre aquellos chicos que planeaban robar para poder hacer algo por dinero y estos chicos que se sumergen en un negocio complicado y muy turbio porque están paralizados por el ocio, por sus bolsillos vacíos.

Más allá de que tiene un argumento muy definido –la historia de un joven pasivo y anestesiado entre cama, ginebra, música y apatía–, Ocio es más que nada una historia de climas, donde reina la atmósfera de ese hogar destrozado donde conviven como islas los tres hombres de la casa (Andrés, su hermano y su padre) a partir del derrumbe familiar que significó la muerte de la madre.

Desde ese porro iniciático, que no deja de ser otro juguete rabioso y generacional, hasta ese inexplicable olvido del dinero para ir a la cancha, Ocio –tanto el libro como la película– tiene la virtud de mostrar descarnadamente la afectación con que la generación crecida en los años ‘90 creó sus anticuerpos.

martes, 2 de noviembre de 2010

Estreno OCIO. Este jueves en el Cosmos

"Invierno en Buenos Aires. Andrés tiene veinticuatro años. Cuando comienza nuestra historia, acaba de sufrir la muerte de su madre. Su vida ingresa en una zona nebulosa: no tiene trabajo, no estudia, casi no se puede comunicar con la abúlica familia que completan su hermano y su padre. Aturdido por la situación, intenta ponerse de algún modo en marcha -conseguir un trabajo, algo de dinero, establecer contacto real con su familia, con el mundo exterior-, pero avanza a tientas, dubitativo..."
Así definen sus realizadores a Ocio, la película basada en la novela homónima del escritor Fabián Casas, una "austera pero obsesiva observación de una crisis existencial y familiar". El largometraje, que ya se presentó en el BAFICI que se llevó a cabo durante abril de este año, se entrenará el jueves 11 de noviembre en el cine Cosmos (Av. Corrientes 2046). Dirigida por Alejandro Lingenti y Juan Villegas, su rodaje fue realizado en forma totalmente independiente, sin apoyo del INCAA ni de otras instituciones privadas o públicas, se llevó a cabo entre enero y septiembre de 2009, en distintas locaciones del barrio de Boedo y aledaños. En diciembre de 2009 obtuvo un premio a la postproducción en el Festival de Cine de La Habana, consistente en una ayuda para su terminación. Sus protagonistas son, entre otros: Nahuel Viale, Germán de Silva, Francisco Grassi y Santiago Barrionuevo y la banda de sonido original fue creada por Ariel Minimal.
RollingStone

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lunes, 1 de noviembre de 2010

Eliseo Verón sobre ESCRITOS de Antoine Culioli


Si se quiere ubicar a Culioli en una perspectiva histórica, desde el punto de vista no solamente de la semiótica, sino de las ciencias socialesen general, la cuestión capital es la ruptura que produce Culioli
tanto con la tradición saussuriana como con el horizonte chomskyano. Esta doble ruptura, creo, contiene una mutación conceptual.
Como sabemos, la impronta de esa primera lingüística que se apropió de la idea moderna de la cientificidad (heredera de Saussure) produjo en las ciencias sociales una hibridación entre el objeto que había sido definido como la Lengua, y los conceptos de sistema, de estructura y de código. En ese marco, el estudio del lenguaje generó una primera (y profunda) transformación de la problemáticade las ciencias humanas y sociales. Pero contenía una disociación entre lo individual y lo social que probó ser históricamente irreductible, en la medida en que los dos caminos abiertos para un desarrollo teórico posible conformaron una alternativa estéril: o bien una subjetivización de la semiosis, con la consecuente instauración del sujeto hablante como fuente final del sentido, o bien la reificación del sistema. Benveniste fue la figura clave de la subjetivización, que la pragmática anglo-americana terminó de consagrar. La reificación había tenido en las ciencias sociales una primera figura, la del funcionalismo. Cuando, al término de la segunda guerra mundial, irrumpe el pensamiento tecnológico de la cibernética y se formulan los modelos matemáticos de la comunicación, que transforman el concepto de sistema y lo asocian a las nacientes teorías del control y de la computación, se produce la convergencia con la naciente lingüística generativo-transformacional de Chomsky. Aunque lamirada retrospectiva de Chomsky sobre este proceso ha sido ambigua, rebelándose contra la idea de una contribución suya a la teoría puramente algorítmica del lenguaje, no cabe duda que esa convergencia comporta una figura particular de reificación del sistema, que se expresa, entre otras cosas, en el modelo unificado del sujeto hablante-oyente (speaker-hearer) donde, para utilizar conceptos culiolianos, todo ajuste inter-sujetos y todo proceso de regulación desaparecen. 
Culioli rechaza la distinción entre lengua y habla (que históricamente está en el origen de las dificultades para articular correctamente los niveles de descripción de la semiosis), diciendo con irónicaprudencia que no le parece una distinción científicamente interesante o, ante la pregunta directa sobre si la rechaza, responde: “si yo la rechazo… tal vez sea peor aún, digamos… que no me concierne” y combate con igual fuerza la perspectiva chomskyana la cual, según él, opera por simplificación y se contenta con estudiar “el esqueleto”.
Al definir el objeto de la lingüística como “l’activité langagière”, Culioli se desembaraza de la oposición lengua/habla. Dicha expresión tiene en francés la ventaja de producir una clara diferenciación con respecto a lo lingüístico (le linguistique), siempre susceptible de un reenvío a la ciencia del lenguaje y no a su objeto, y que en castellanosólo podemos traducir con un genitivo: la actividad de lenguaje, dado que no podemos decir la actividad lengüera o lenguajera. El concepto de actividad de lenguaje escapa así al espacio trazado por las nociones propiamente saussurianas de lengua, lenguaje y habla: no correspondea ninguna de las tres y dibuja un campo dinámico que puede insertarse clara y adecuadamente en la problemática actual sobre la cognición. El pensamiento de Culioli no es un pensamiento de los términos sino de las relaciones, como lo fueron el de Peirce en la semiótica, el de Lévi-Strauss y el de Bateson en antropología, el de Goffman en la microsociología. 
Por un lado, Culioli afirma rotundamente que “Benveniste se queda en un análisis estructural clásico” y que “lo enunciativo es otra cosa”. Por otro lado, que “Chomsky (…) ha funcionado (…) con un cierto número de puntos de referencia más o menos implícitos: una cierta concepción de la lógica, una cierta concepción de la
simplicidad de los fenómenos (…) un cierto modelo informático ligado.
“Yo no creo que la actividad intersujetos, de orden simbólico, que tenemos en la actividad de lenguaje, sea reductible a una racionalidad explícita, a la racionalidad que ese modelo informático supone, ni tampoco que reenvíe a ajustes que serían ajustes explícitos. Porque eso querría decir que casi siempre hay toma de conciencia de lo que hacemos cuando hablamos. Ahora bien, ¡no! No tenemos conciencia de lo que hacemos, nos damos cuenta que se trata de regulaciones no conscientes que operan en el lenguaje”. El abandono del sujeto hablante como fuente final del sentido y el rechazo del “esqueleto” chomskyano, son en Culioli aspectos de un solo y mismo combate.
En el trabajo teórico, destinado a homogeneizar la heterogeneidad empírica de la actividad de lenguaje sin perder en el camino la complejidad de los procesos, el lingüista se enfrentará a tres niveles. El nivel 1 es el del funcionamiento cognitivo de los sujetos: procesos mentales de representación, de referenciación, y de regulación intersujetos. Culioli aclara: “Cuando hablo de cognición tomo el término en sentido amplio. El afecto forma parte de la cognición; no hay por un lado lo cognitivo que sería el ámbito de la racionalidad explícita, y lo afectivo que sería el lugar de los sentimientos y la imaginación descontrolada”. A muchos años de distancia, el eco de Peirce sigue resonando: “Los sentimientos (…) forman la fibra y la trama de la cognición y aún en el sentido objetable de placer y dolor, son constitutivos de la cognición”.