14 de Agosto
Ezequiel Alemián
Especial para Clarín
Que los libros de poesía no se venden es una verdad instalada en el mundo literario y editorial. Pero se vino abajo de manera inesperada: Horla City y otros, la poesía reunida de Fabián Casas, vendió -según números de su editorial, Planeta- casi tres mil ejemplares en dos meses. Y está preparando su segunda edición.
La afinidad entre Casas y los lectores no es nueva: Los lemmings y otros (2006), recopilación de sus cuentos, ya agotó dos ediciones y va por la tercera, que será de bolsillo, y su novela Ocio(2000) acaba de ser publicada en Alemania, donde hace tres años el escritor recibió el premio Anna Seghers por su obra poética. Polemista y crítico inclasificable, sus Ensayos Bonsai (2007) también se agotaron.
Casas no diferencia sus textos según el género. "Es siempre la misma musiquita", dice. Pero reconoce que si a partir de Los lemmings viene notando el interés que existe por su narrativa, al fenómeno de ventas de su poesía no le encuentra explicación. "Debe ser porque la gente me vio en los diarios con Vigo Mortensen (editor de una antología de poesía argentina}. Otra vuelta no le encuentro".
- ¿Te ves como un poeta popular?
- Para mí lo de popular tiene que ver con que los poemas que escribo les gustan a personas que no leen poesía. Yo quiero que me lean, tener lectores es una bendición. Pero construí mi vida laboral fuera de la literatura, así que vivir de los libros no es mi objetivo.
- En el ámbito literario, tu poesía siempre tuvo reconocimiento.
- Sí, Cuando salió Tuca, mi pri¬mer libro, en 1988, fue elegido uno de los libros del año. Pero entonces estaba fuera de "la representación". Era un momento muy para adentro, de trabajar sobre el material, de leernos entre los amigos. No tener demandas de nin¬gún tipo nos permitió trabajar con tranquilidad. Escribíamos lo que queríamos y buscábamos a los autores que nos interesaban: los Lamborghini, Giannuzzi, Girri. No íbamos detrás de la novedad. No nos miraba nadie. Ahora los chicos escriben en blogs e inmediatamente tienen la percepción de ser mirados. La sensación de estar escribiendo y ser absolutamente mirado debilita los textos.
- ¿Ahora sí te sentís parte de "la representación"?
- Un poco, pero nunca trabajé para eso. Sí trabajé para ser leído, y trabajé conscientemente con los textos, tratando de que saliera la voz extraña, y no la voz personal. Pero hace treinta años que escribo. No soy una operación editorial de Planeta. Si formo parte de una representación, formo parte de la representación del grupo de amigos con el que me formé, y eso es algo completamente honesto.
- ¿La poesía que te gusta leer es la misma que te gusta escribir?
-Cuando era más chico necesitaba sostener mi voz con textos que fueran empáticos con lo que escribía. Leía la obra completa de Philip Larkin, y me decía: ojalá un día tenga una obra completa así. Cuatro libros de poemas increíbles, una persona común, casi un conservador. Siempre prefiero eso al bukowskiano drogadicto. Pero después me di cuenta de que para seguir escribiendo "algo que me resultara vital, tenía que leer autores que fueran en la dirección opuesta a la mía. Walser, Beckett. Habei leído Molloy modificó mi forma de escribir. Después de haber leído y escrito tanto, uno tiene una habilidad. Una habilidad para ser Fabián Casas, por ejemplo. Pero hay que ir en contra de esa habilidad, poner siempre el trabajo en estado de imprevisibilidad.
- ¿Existe un mercado para la poesía argentina?
- No creo que exista una poesía argentina. Creo que hay una poesía mestiza que se hace acá, cruzada por un montón de voces de todos; los países sobre los que tenernos incidencia y que tienen incidencia sobre nosotros. Si hubiera una intención de acercar esto a la gente, se podría dar algo súper interesante. El que lee poesía, se pone en estado de incertidumbre, de intensidad. Un lector de poesía es una persona preparada para afrontar un montón de cosas de la vida cotidiana de otra manera. Si no, lo que queda es Tinelli.
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